Quien crea que “organigrama, mata carita está en problemas. Esto que comienza como una broma, termina en una subordinación complaciente o servil que provoca un ambiente de baja productividad, totalmente reactivo y hostil.

En mi experiencia profesional, como consultor y como empleado, he tenido la oportunidad de conocer al menos cincuenta ecosistemas laborales distintos; ya sea por haber estado involucrado directamente en ellos, o bien por haberlos valorado en interacciones como consultor externo. Esto me ha permitido reconocer dos tipos de jefe clásicos: el jefe tirano y el jefe idiota.

El jefe tirano es esa criatura controladora hasta la náusea que nunca está satisfecha. Podemos identificarlo porque parece que no lo quieren en su casa; se la pasa metido en la oficina, pensando de qué manera puede hacer la vida miserable y difícil a sus empleados. Por supuesto, él cree saberlo todo, pero no tiene ni remota idea de los verdaderos problemas de la organización porque no se involucra en ellos, toma decisiones de escritorio y, por regla general impone su ley sin consultar a nadie. ¿Lo reconoces?

Del lado opuesto tenemos al jefe idiota: Esa pobre persona que no sabe nada, pero al que hay que seguirle la corriente para evitar conflictos; parece tener buenas ideas, pero no sabe cómo aplicarlas; posiblemente está en ese puesto porque lo heredó o por gestión de sus buenas relaciones con alguien de más arriba. En realidad, cualquiera de sus subordinados podría hacer un mejor trabajo que él, pero le dicen que sí a todo; no lo toman en serio y como no se impone, tampoco existe la necesidad de cumplir. ¿Te suena conocido?

A lo largo de los últimos 10 años, he podido observar ambas caras de la moneda, con la sorpresa de que del lado del jefe -sea el tirano o el idiota- la queja es muy similar: hay problemas de ejecución, los empleados no piensan y hacen únicamente lo mínimo indispensable; carecen de sentido de urgencia y no asumen al 100% su responsabilidad. 

Si consideramos que la percepción dibuja nuestra realidad, eso significa que tanto jefes como subordinados tienen la razón. ¿Cómo puede ser eso posible?

Sencillo: basamos nuestro enfoque laboral en el cumplimiento de tareas o resultados; esto significa que hacemos para tener y como toda pregunta tiene múltiples respuestas, cada uno cree que su forma de pensar es la mejor forma de hacer las cosas. Si a eso agregamos el protagonismo natural de la vida, donde cada uno es el héroe de la película de su vida, se necesita un villano a quien cargarle la culpa de todo lo que no salga bien en su historia, la ecuación se complica.

¿Cómo resolverlo? Si el problema es hacer solo por una cuestión de cumplimiento, significa que ejecutamos las actividades sin entender la razón de ser de las mismas, lo que ocasiona situaciones rutinarias que nos hacen perdernos en el día a día. Por eso, es necesario entender la razón de ser de lo que hacemos; clarificar el para qué de cada una de nuestras actividades. A la suma de esta comprensión se le llama responsabilidad y es ahí, en esa dimensión, donde la percepción, tanto del jefe como del subordinado, debe coincidir.

Sé que algunos de los que están leyendo este texto pensarán: ¿Qué pasa si verdaderamente no hay manera de conciliar con un jefe tirano, encarnación del mismo Satanás? La respuesta es simple: Respeta a quien te respeta. Nadie puede obligarte a trabajar en algo que no estás de acuerdo; si es así, está penado por la Ley. O bien, puede ser que experimentes codependencia laboral, pero ese es tema para otra publicación.

En conclusión: Si queremos empleados responsables, necesitamos asegurarnos de que entienden el para qué de sus funciones. Si queremos verdaderos líderes y no jefes (tiranos o idiotas), necesitamos cuestionar nuestro para qué y comprender plenamente nuestra responsabilidad. Para ponerlo aún más fácil: No importa si somos jefe o empleado; tenemos una responsabilidad para la cual fuimos contratados y por la cual devengamos un salario.

Ese salario se nos paga bajo la idea de que hicimos bien nuestro trabajo (cumplir con la responsabilidad) y no por hacer lo que nos dice nuestro jefe (cumplir con las actividades). Entonces… El jefe ¿siempre tiene la razón?

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C.P. Arístides Ramírez